Geografia
miércoles, 17 de octubre de 2012
Análisis de la cultura, desde Pierre Bourdieu
Bourdieu, en La elección de lo necesario, describe un planteo acerca de cómo viven las clases populares, cómo los campesinos franceses eligen los productos que consumen. Bourdieu va a plantear que las clases bajas tienen un “gusto de necesidad”, relacionado con el concepto de habitus. Por ende, según la condición de clase, una persona de clase baja elegirá consumir o adquirir sólo lo necesario; las clases bajas, entonces, carecen, según Bourdieu de un gusto estilístico y sus consumos son necesariamente funcionales a sus necesidades. Una mujer de clase baja compraría un vestido negro, utilizable en diversas ocasiones. En cuanto a las clases altas, los gustos serían de carácter estilístico o estético; una persona de clase baja jamás iría a un concierto o a una obra de teatro ni estaría capacitada para hablar de ello. Para Bourdieu es muy importante la categoría de habitus, ya que lo que condiciona el gusto es justamente el habitus, y no la clase. Es decir, la clase condiciona un habitus de clase (un sistema de interpretación, actuación), y éste es el que condiciona al gusto. Puede suceder que una persona de clase baja ascienda en el ámbito económico pero por su habitus continúe haciendo elecciones de acuerdo a él. Por ejemplo, un “nuevo rico” no entendería la importancia de comprar una obra de arte, lo observaría como puro derroche.
Con este análisis, la postura del sociólogo francés fue criticada y denominada “miserabilista” y “legitimista” por los sociólogos Grignon y Passeron. Ellos critican, por un lado, y de ahí la noción de “legitimista” que las posturas como las de Bourdieu dan por sentada una relación dominados-dominantes, en la cual el intelectual está siempre del lado dominante, es decir, usa los parámetros de la clase dominante. Por otro lado, critican ese tipo de posturas que estudian a la cultura popular por aquello de lo que carecen y no por lo que les es propio. De esta manera, G. y P. hablan de “haberes” en lugar de “capitales” y proponen una descripción de las cultuares populares desde un punto de vista positivo. Es decir, como únicas, como con un estilo de sí mismas. Para superar la teoría legitimista de Bourdieu hablarán de “dominomorfismo”.
Antes de llegar a esta categoría, G. y P. caracterizan el “dominocentrismo”: este concepto implica estudiar las clases dominadas desde el punto de vista del parámetro de las clases dominantes, esta postura es la mirada legitimista de B. G. y P. se proponen superar esa visión para poder comprender las prácticas de las culturas populares como auténticas y propias. Para llegar a tal superación utilizan el concepto de dominomorfismo, que refiere a una situación en la que existe una clase dominada y una clase dominante, pero que rescata los aspectos positivos de las prácticas de esa clase bajo dominación. En este punto, la postura de G. y P. se opone radicalmente a la concepción de B. en vez de capitales legítimos (cultural, económico, social), noción explicitada por B. y cargada de dominocentrismo, g. y p. hablarán de “haberes populares”, económicos, culturales y sociales, refiriéndose específicamente a los dominados. Esta postura permite un análisis de las clases dominadas por lo que tienen y producen y no por aquello de lo que carecen. Al mismo tiempo, destacarán que las prácticas populares y tienen su propia lógica y deben ser estudiadas según ella. En conclusión, si en B. se descarta , de cualquier plano, “estilo propio”, de las clases populares, que se rigen por principios pragmáticos y utilitarios, en G. Y P. aparece la idea de una vida estilizada por los propios agentes, que se esfuerzan por alcanzar determinado estilo de vida a partir de modelos que no emanan necesariamente de la cultura dominante. En relación con esto, las clases dominadas se conciben como clases con un estilo de vida en sí y no como la segunda parte de una polarización de lo dominante como lo superfluo y lo desinteresado y lo dominado como utilitario y necesario.
Desde este punto de vista, resulta interesante la postura que se toma en general en Hinchadas, donde no se describe a los hinchas desde un aspecto negativo, sino que se demuestran sus rasgos como identitarios y propios del grupo al cual pertenecen. En particular, se puede nombrar el capítulo 2 escrito por José Garriga Zucal, donde describe tres modos de representación de los hinchas: 1) las prácticas violentas en torno al aguante, 2) el consumo de drogas y bebidas alcohólicas, 3) las acciones delictivas. Garriga, no juzga desde el sentido común los actos violentos, sino que describe las acciones de las hinchadas como herramientas distintivas e identificantes, donde se mezclan experiencias y representaciones en un estilo de vida para sí. Los actores dominados pueden ser capaces de construir un estilo propio que no depende de la relación que los subordina. De hecho, los hinchas lo consideran como mecanismo distintivo. Así, puede pensarse como un conjunto de prácticas estilizantes, adaptadas a modelos ideales que no provienen de las clases dominantes pero que no están escindidos de las relaciones de dominación. Los actos estigmatizados por la clase dominante (el ser violento, drogadicto, villero, chorro), se construyen como mecanismos identificadores de un estilo instituido sobre condiciones materiales y expresiones que lo significan. Garriga cree que los diacríticos “violencia”, droga y robo, son utilizados como herramientas para el posicionamiento identitario. El establece la pregunta de por qué no estos actores deberían elegir estas acciones como mecanismos constructores de la identidad social si trae consigo numerosos beneficios, entre ellos, el prestigio dentro de la hinchada o relaciones con los dirigentes. Existe un sentimiento de pertenencia y reconocimiento donde no importa la conceptualización caracterizada desde la óptica hegemónica o el discurso dominante. Los integrantes de la hinchada modifican la valoración negativa construyéndola en acciones que los nutren de honor y prestigio. Esto lo desarrolla Moreira en su trabajo sobre el CAI. Su hipótesis inicial es que las acciones violentas desarrolladas entre las hinchadas se enmarcan en un estricto juego regulado que pone en discusión el capital simbólico “honor”. Moreira realiza un análisis de la concepción del aguante mientras explicita qué significa el honor para la hinchada o para un hincha., el honor es la cualidad moral de la persona que actúa con una conducta ejemplar en el marco de un tiempo y espacio social determinados. La persona capacitada para encarnar los ideales de la sociedad adquiere una recompensa moral, que traducimos como reputación o simplemente honor. Entonces, el honor es un término valorativo que responde a un sistema de valores específicos, en relación con una sociedad determinada. Si se considera la hinchada como una sociedad agonística, inclinada a la competencia física, frente a sus rivales, el tipo ideal de esta sociedad conjugará valores tales como el coraje y la valentía de los que van al frente y tienen aguante en la adversidad. Teniendo en cuenta la honra, enfrentar al enemigo con valor, más allá del resultado es un comportamiento meritorio y un valor para el reconocimiento como miembro indiscutido dentro de la hinchada.
Volviendo a Zucal, se puede afirmar que este autor concibe un margen de autonomía a las hinchadas. Sus prácticas, sus acciones, tienen que ver con un estilo propio. Aquí, es donde se establece la semejanza con g. y p. para abordar, caracterizar o pensar las culturas populares. Lo que g. y p. hacen es positivizar el estudio de las culturas populares, caracterizarlas por sus haberes y no por sus carencias. Pero lo que no evaden g. y p. al igual que Garriga es la esfera de la dominación, la dimensión del que domina y el dominado.
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