La relación entre crecimiento poblacional y crecimiento económico no es casual. El trabajo es un factor productivo y, como tal, es fuente de crecimiento. Nadie argumenta que una mayor acumulación de capital sea un obstáculo para el crecimiento y, sin embargo, este tipo de argumentos se hacen con la población. Tras el argumento de que la población es un impedimento, está la idea de que hay rendimientos decrecientes al factor trabajo. Si éstos fueran válidos, las grandes emigraciones europeas de principios de siglo habrían acelerado el crecimiento europeo y retardado el americano. Nada de esto ocurrió; por el contrario, los inmigrantes impulsaron el crecimiento en América, aportando capital humano, ideas y conocimientos que no están sujetos a rendimientos decrecientes. Además, una mayor población permite una mayor división del trabajo y especialización. Así se explica que -con la excepción de países como Australia y Canadá- las zonas más ricas del mundo son las más densamente pobladas.
¿Cómo explicar entonces, que países con alta tasa de crecimiento de la población como Eritrea, Somalia y Sudán, sufran hambre? ¿Será debido a la llamada explosión demográfica? La respuesta es negativa. Estos países tienen densidades de población (población por km2) entre las más bajas del mundo. Sus problemas no radican en la capacidad de producir alimentos, sino en guerras que dejan a un alto porcentaje de la población indefensa. De hecho, la baja densidad de población los hace aún más vulnerables a los problemas de hambruna, porque no hay suficientes personas para mantener sistemas de comunicación y transporte que faciliten la distribución de la comida. Tal como postula el antes citado premio Nobel de economía Amartya Sen, ninguna de las hambrunas del siglo XX han tenido como causa la sobrepoblación. Todas ellas, sin excepción, han tenido como causa guerras civiles resultantes de una institucionalidad social y política deficiente. Aún más, el número de personas afectadas por hambrunas durante el presente siglo ha disminuido con respecto al siglo XIX.
La evidencia tampoco sustenta que, debido al crecimiento poblacional, el mundo enfrente escasez de comida y materias primas. Gracias a los avances tecnológicos en agricultura, producción energética, etc., el mundo goza de una gran disponibilidad de recursos. Prueba de ello es que los precios de productos agrícolas y materias primas -reflejo de la escasez relativa- han disminuido de manera estable a lo largo del presente siglo. Hoy, los precios (en términos reales) de energía son, en media, un 46% más baratos que en 1950; los de los minerales, un 42% más baratos; los de la alimentación, un 50% más baratos; los de las bebidas un 57% más baratos, los de los cereales, un 43% más baratos.
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