Geografia
lunes, 25 de abril de 2011
Petróleo y pobreza
“El recurso minero no es riqueza”, afirmábamos en la entrevista de Milagros Socorro en El Nacional hace un mes. Si creemos que somos ricos (lo cree la gran mayoría), la escandalosa paradoja de Estado rico y gente pobre lleva a falsos diagnósticos y promesas políticas ilusas: “este rico país está perdido porque hemos tenido gobernantes que no lo aman, pero, cuando yo llegue al poder, mi amor hará ricos a los pobres. Infantil moralismo que gusta, impide entender y bloquea la salida de la enfermedad.
Los recursos mineros -en nuestro caso el petróleo y el gas-, son “riquezas” que están en el subsuelo desde hace miles de años y sobre ellas han florecido todas las formas de pobreza y de miseria. Por el contrario, la riqueza humana de los pueblos se desata cuando se generaliza su creatividad productiva responsable.
Cuando el petróleo se convirtió en la fuerza motora de la economía industrial, vinieron unos señores y se lo llevaron pagando al Estado venezolano unos dólares ¿dólares para qué? ¿para que la gente se equipe con capacidades productivas modernas, modos democráticos de desarrollo y control del poder? ¿O para el permanente reparto gubernamental del acceso a ciertos bienes de consumo? Repartos a gusto del gobernante que favorecerá a parientes y amigos, y creará dependencia y clientelismo político-económico, que llevan a la sumisión antidemocrática.
Es un engaño frecuente contraponer la riqueza a la pobreza. “¿Quieres seguir pobre o convertirte en rico?” No es un dilema real, ni una posibilidad de elección para el 97 % de los venezolanos. La gente rechaza la miseria, quiere vivir con dignidad y que a su familia no le falte lo indispensable. Los venezolanos necesitan y buscan preparación y trabajo con ingresos suficientes para vivienda digna, comida, recreación, superación, etc. en una sociedad de mejor nivel general. La mayoría de los suecos no son ricos, pero tampoco son pobres. En ese sentido, no es la “riqueza” sino la vida digna y sin angustias materiales lo que la gente quiere. Esa posibilidad de los países se vuelve real cuando se desarrollan de manera generalizada el talento y capacidad productiva de la gente, con un proyecto compartido nacional que tiene como prioridad indiscutible la superación de la pobreza y con un gobierno que le obedece y sirve gobernando.
La pobre España en el siglo XVII fue considerada rica y poderosa por la plata y el oro que los galeones llevaban de América a Sevilla. País pobre hasta la miseria, de acuerdo al nivel de la mayoría de la gente; y rico para quien lo medía por el peso de los lingotes de plata y oro que desembarcaban en Sevilla. La Monarquía española se sentía rica y poderosa, árbitro salvador de Europa con guerras interminables para imponer su “verdad” en Alemania, Flandes, Inglaterra o Italia. En los metales preciosos descansaba la capacidad de sostener guerras y soldados (propios y mercenarios). Todo terminó en una gran ruina nacional.
Hay un abismo entre la Venezuela de 2006 y 1906. La gente es otra en atención de salud, nutrición, educación, capacidades productivas, oportunidades de empresas y niveles de vida, que entonces ni se podían soñar. Este cambio se debe a que en los momentos más lúcidos y felices, diversos gobiernos convirtieron parte de lo extraído del petróleo en desarrollo del talento y de las oportunidades de la gente: transformar los dólares petroleros en activos personales de cada una de las nuevas generaciones: formación, valores, conocimientos, capacitación, infraestructura moderna (luz, agua, carretera, escuela, medicatura, vivienda), comunicaciones, empresas productivas. Los gobiernos pueden y deben distribuir los ingresos petroleros, pero los demagogos encandilan y engañan a la gente, mientras que los demócratas potencian su efectivo poder. Los últimos apuestan a la transformación humana, y hacen del desarrollo de las cualidades de la gente la verdadera fuente de su bienestar y superación. No les dan el objeto que desean consumir, sino que les inducen a fortalecerse como productores, de modo que con lo producido puedan acceder a lo que necesitan ser, poseer y consumir. De lo contrario, seremos un país atrasado, con algún acceso al “consumo moderno”, sin ser capaces de producirlo. “Consumir” porque los dólares petroleros dan la posibilidad de importar, dependiendo del gobierno y de lo países productores.
Venezuela ha tenido y tiene ingresos petroleros que permiten financiar la construcción de la mejor educación del mundo -no para una minoría privilegiada, sino para la mayoría- con excelentes servicios de salud pública y una infraestructura envidiable. Todo lo demás lo hará esa población rica en talento productivo desarrollado.
En forma excepcional y de emergencia, los gobiernos deben atender a aquellos sectores de la población que están condenados al paro y carecen de oportunidad productora. Ello se debe hacer de manera provisional y sin generar una situación de limosneros perpetuos que cultivan mendigos inactivos con la mano extendida. Las ayudas sin contrapartida (sin exigir esfuerzo propio del que la recibe) son nefastas, salvo casos excepcionales extremos. No hablamos de contrapartida económica, sino de esfuerzo propio y de responsabilidad social.
No queremos seguir contraponiendo demagógicamente pobres contra ricos, sino superar la pobreza con libertad, dignidad y producción propia de la gente.
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